El primer paso para decidirnos a mejorar nuestra apariencia es hacer algo por ella. Lamentablemente, no todos los tratamientos que nos prometen la “figura perfecta” tienen los resultados esperados. Por el contrario, al darnos cuenta de que la mejoría es poca o ninguna, nos invade la ansiedad y las ganas de comer todo lo que encontremos a nuestro paso, por lo cual terminamos con más peso (y rollitos) de los que teníamos en un principio.
Las cremas reductoras y pastillas son las alternativas a las que más personas recurren con la esperanza de reducir medidas. Sin embargo, antes de empezar a consumirlas, hay que tener en cuenta cuáles son sus verdaderos efectos para nuestra salud y figura.
Por un lado, las pastillas elaboradas con extractos de plantas medicinales -y que se expenden en las herboristerías o tiendas naturistas- permiten eliminar las toxinas y contribuyen a bajar de peso rápidamente, pero (cual sauna o baño turco) dejan la piel flácida y con necesidad urgente de ir al gimnasio para recuperar la elasticidad y tonicidad muscular.
También existe otra clase de pastillas, las que están hechas en su mayoría de componentes químicos y que si bien disminuyen la grasa corporal con mucha facilidad, ocasionan graves daños a la salud, desde alteraciones en el funcionamiento de los órganos vitales (cerebro, corazón, hígado) hasta crisis de ansiedad, depresión y esquizofrenia que puede llevar al suicidio.
En cuanto a las cremas reductoras, estas no presentan efectos nocivos, aunque el proceso de reducción de medidas suele ser más lento. Sin embargo, presentan otras ventajas, como activación de la circulación a través de los masajes con que se les aplica. Esto deriva en la reducción/prevención de la celulitis y várices, que son otros problemas ocasionados por el sobrepeso.
No obstante, el uso de las cremas reductoras es complementario a una nutrición balanceada -sin grasas saturadas de por medio-, además de una constante actividad física, la cual también contribuye a mejorar nuestra salud emocional.
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